Notas sobre teoría y acción en política.
Por Juan Sosa.
Con frecuencia es posible percibir en algunos discursos una antinomia en las relaciones entre teoría y acción en política. Una antinomia que en este caso opera en beneficio de la acción y en desmedro de la producción teórica. Esta antinomia puede deberse a que, ante la inmediatez de las urgencias básicas tras la cuales corre la acción política, se considera que la producción teórica puede posponerse para tiempos en que las urgencias no apremien. También, puede deberse a que quienes llevan a cabo las acciones no se sienten representados por las producciones teóricas. En este caso, se piensa las relaciones teoría-acción bajo el modelo de la representación, y de una representación trunca que ya no corresponde con lo representado. O bien, puede deberse a que se considera que el fundamento de la teoría es la acción y que en definitiva es esta última la que verdaderamente importa, dejando lo teórico en un segundo plano.
Esta óptica antinómica de la teoría y la acción no es otra cosa que una variante, en uno de los sentidos, de una forma de expresar y comprender las relaciones entre teoría y práctica; variante según la cual estas relaciones pueden entenderse de dos maneras diferentes. Una manera en la que la práctica es concebida como una aplicación de la teoría y, otra manera, en la que la práctica es concebida como inspiradora de la teoría. En un sentido, la teoría es creadora de la práctica y, en otro sentido, la práctica es creadora de la teoría. En cualquier caso, en un sentido o en otro, se conciben las relaciones teoría-practica bajo la forma de un proceso de totalización que reduce una en la otra.
No obstante, hay otro modo de concebir estas relaciones en la que teoría y práctica ya no son tomadas en un proceso de totalización y en la que teoría y acción no se contraponen. En Los intelectuales y el poder Michel Foucault y Gilles Deleuze plantean la cuestión de otro modo. Para estos filósofos no es cierto que uno pasa a la práctica aplicando linealmente la teoría o, a la inversa, que uno pasa a la teoría inspirado por la práctica. Es decir, que haya entre éstas relaciones de semejanza o de representación. Las relaciones entre teoría y practica no son totalizantes sino parciales y fragmentarias. La práctica es un conjunto de conexiones de un punto teórico con otro, y la teoría un empalme de una práctica con otra1. Las relaciones teoría-práctica no son escindibles, sino que forman un sistema de conexiones en un conjunto a la vez teórico-práctico. Conjuntos de relaciones que son pensadas en función de la acción y de las conexiones que forman una red, un sistema regional de lucha en las relaciones de poder que operan por relevamiento. Allí donde la teoría no llega articula con la práctica, es la práctica la que toma el relevo, y allí donde la práctica no llega es la teoría la que entra en acción.
En este sentido, la teoría no se opone a la práctica, la teoría no se opone a la acción, sino que es un tipo particular de acción.
Desde esta perspectiva, es una falsa alternativa la antinomia entre teoría y acción, no hay otra cosa más que acción, acción-teórica y acción-práctica que forman una red de lucha en las relaciones de poder. Así entonces, la acción o producción teórica es una herramienta conceptual que la política no debe descuidar ni de la cual puede prescindir. Pues bien, con conceptos es posible separar aquellas prácticas, ideas y conceptos que están profundamente unidos o unir aquellas prácticas, ideas y conceptos que están completamente separados. Esto quiere decir que con la producción teórica es posible concebir una nueva distribución de las cosas, un nuevo reparto en las relaciones de poder, un nuevo campo de posibilidades para la acción política.
1 Foucault, M.: Microfísica del poder. La Piqueta. España. Pág. 84.
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