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Nunca más

Actualizado: 6 sept 2020

Por Sebastián Oliver


Hace exactamente una semana se confirmaba que el 8 de mayo -unos días después del secuestro y desaparición de Facundo- una unidad del Comando de Patrullas de Bahía Blanca había sido localizada a metros del cangrejal donde encontraron sus restos. No quedan cabos sueltos entre la confirmación de la identidad del cadáver y la certeza de la pericia que incrimina a la fuerza policial.

El secuestro, desaparición y asesinato de Facundo representa la última gota de dolor de un vaso rebasado hace décadas. ¿Qué tipo de cuadros profesionales forma la institución? ¿Qué cultura institucional fomenta el abuso de poder, la tortura, el secuestro, la desaparición, el asesinato, el ocultamiento, la corrupción? ¿Qué políticas públicas pensar, proponer y discutir para terminar con esta cultura policial que nos mata?

Mientras el poder político deja esas preguntas sin respuesta o, peor aún, sigue aplicando políticas de seguridad con fórmulas destinadas al fracaso, nuestra sociedad sigue perdiendo pibes pobres a manos de la bonaerense, a manos de las instituciones y custodios de la inequidad planificada (incluyo, claro está, a la administración de Justicia, cuya reforma se discute en estos días).

Walter Bulacio, Rafael Nahuel, Luciano Arruga, Miguel Bru, Maxi Kosteki, Darío Santillán y otros tantos miles forman parte de una suma que da cero siempre. La suma de jóvenes invisibilizades por el gatillo fácil, las palizas en los calabozos, las torturas, el basureo, el abuso a cualquier hora y en cualquier lugar, la requisa a pibes y a pibas en las rutas por el sólo hecho de estar haciendo dedo. Abusos de una cultura institucional, abusos sostenidos por políticas públicas que se repiten otra y otra y otra vez hasta trazar una línea de tiempo sin rupturas, con continuidad implacable desde los oscuros años de la dictadura militar.

Discutir esas políticas a fondo para modificar la cultura institucional asesina y abusadora de pibas y pibes pobres y empobrecides es una de las grandes deudas de esta democracia. Ya no podemos esperar más, ni mirar ni escuchar otra vez el llanto de una madre por la pérdida irreparable de su hijo.

No más. Nunca más.

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